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Peña se proclama “campeón de la descentralización” mientras los hospitales siguen reclamando lo básico

“No puede gobernarse desde una oficina en la capital”

El presidente Santiago Peña encabezó la entrega de 30 ambulancias adquiridas por Itaipú y aprovechó el acto para presentarse como el mandatario que más ha impulsado la descentralización en Paraguay. Aseguró que “es imposible gobernar solamente desde Asunción” y afirmó, incluso, que se “jacta” de haber diseñado un modelo de gestión alejado del centralismo.

Sin embargo, entre los discursos grandilocuentes y la realidad cotidiana de los servicios públicos, la distancia sigue siendo evidente. Mientras el Gobierno insiste en hablar de “resurgir de un gigante”, en los hospitales públicos continúan las denuncias por falta de insumos básicos, equipos insuficientes y un sistema de salud que depende cada vez más de donaciones y colectas.

Peña destacó que las ambulancias y las inversiones en infraestructura sanitaria son resultado de la renegociación con Brasil sobre Itaipú. El mensaje político fue claro: el Gobierno se atribuye un modelo “técnico-político” que, según él, funciona más allá de los colores partidarios. No obstante, en la práctica, la descentralización ha sido históricamente utilizada como herramienta de construcción y fidelización territorial, con intendencias y gobernaciones que siguen atadas a negociaciones políticas y presupuestos discrecionales.

El Presidente también afirmó que Paraguay “no puede gobernarse desde una oficina en la capital”, pero omitió señalar que la descentralización solo es efectiva cuando existen controles, transparencia y rendición de cuentas. Sin ello, se corre el riesgo de descentralizar los recursos… pero también los vicios.

En su discurso, Peña volvió a instalar la idea de un país que avanza en “hospitales de referencia”, mientras miles de pacientes recorren largas distancias buscando atención, medicamentos o turnos. En paralelo, el Ministerio de Salud continúa tercerizando servicios y dependiendo de compras de urgencia.

El contraste queda planteado: una narrativa oficial que habla de modernización y equilibrio territorial, frente a una ciudadanía que sigue midiendo la gestión en hechos concretos, no en discursos celebratorios.

La descentralización no se “jacta”.
Se demuestra en barrios, comunidades y salas de espera.

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